Soy francesa, pero nací en Estados Unidos. Actualmente vivo en Valencia y estoy realizando estudios de doctorado en Derecho Canónico. Gracias a Dios, mis padres siempre han sido católicos practicantes y junto con mi hermano mayor nos han educado en la fe desde pequeños. A mí siempre me han gustado las actividades religiosas, en la parroquia o en el colegio, aunque no tuve muchas oportunidades de participar en ellas debido a un frecuente cambio de país por el trabajo de mi padre. Así nos apegamos y despegamos de Méjico, Australia, Francia, Venezuela, Estados Unidos, España… ¡Ah!… con España fue diferente, pues allí Dios intervino y me cambió la vida.
Conocía a las Cruzadas de Santa María en una de las actividades que organizan: fue un Encuentro de Universitarios Católicos (EUC). La primera vez participé con mis amigos de la pastoral. El segundo encuentro, no pudiendo ir mis amigos de pastoral, fui yo sola. Me encontraba muy a gusto con el estilo que se vivía en este movimiento apostólico. Estaba como un pez en el agua. Pero nunca me había planteado la pregunta de la vocación, apenas si sabía qué era eso. En un retiro espiritual en mayo recibí como un toque del Señor en la oración en que quería seguirle bajo su bandera. Pensé: “Me he enamorado de Jesucristo”.
Poco a poco ya no me disgustaba tanto la idea de ser consagrada, pero… ¿en un instituto secular? Nadie conoce eso, no llevan hábito (siempre me han resultado atrayente ciertos hábitos que considero bien bonitos), mi familia tampoco conocía eso de laica consagrada y no estaban muy confiados con ello. Como soy de “mente cartesiana”, no terminaba de ver claro mi vocación. Dios no me había hablado directamente ni me había dado una señal fulminante… No sabía si realmente dejar la carrera a medias y comenzar una experiencia con las cruzadas o terminar los estudios en Francia. Mis padres se oponían a que dejara la carrera a medias. Al final, decidí volver a Francia. Allí, aunque en el fondo presentía mi vocación, seguía con mis inseguridades y pidiéndole a Dios un signo.
Decidí hacer una novena al fundador de las Cruzadas, el Siervo de Dios P. Tomás Morales, S.I. Y sucedió que el último día de la novena, en una peregrinación con jóvenes a la catedral de Chartres, me fijé en un chico en uno de los descansos, el único español entre los franceses; tenía su nombre escrito en una tarjeta identificativa: ¡Tomás Morales! Me quedé a cuadros, hasta le pregunté si su nombre era muy frecuente en España. Le dije que ese nombre tenía mucha importancia para mí y que era un signo de la voluntad de Dios. Entonces le di al Señor mi SÍ, todavía envuelta en la sorpresa y la emoción. Hice en España unos Ejercicios Espirituales ignacianos y me dio la gracia el Señor para de nuevo decir que SI, pues el demonio seguía rondando y poniendo miedos, haciéndome pensar que no iba a poder vivir aquello, que era demasiado exigente, que no duraría toda la vida, etc.
Entré en las Cruzadas de Santa María al terminar mi carrera en junio 2006. No es fácil el camino de la entrega, de salir de sí, de aceptarse a uno mismo con sus debilidades, de vivir siempre la alegría de la consagración en medio del mundo, “contemplativa en la acción” como María, según nuestro carisma, pero el Señor y la Virgen dan la gracia para mantenernos fieles y recordarnos que merece la pena dar la vida por Cristo. Él nos da la fuerza necesaria en cada momento.