Dios me regaló el don del sacerdocio 

Dios me regaló el don del sacerdocio…. Voy a contaros cómo me sentí que el Señor me llamaba a ser sacerdote.

Yo tenia 15 años. Era un joven bastante normal. Iba a Misa los domingos porque mis padres así me habían enseñado, pero no porque la Eucaristía significase algo para mí. Fui monaguillo una breve temporada, pero lo dejé pronto, y mi paso por los Juniors de la parroquia también fue breve. Para mí la figura de los sacerdotes siempre había resultado peculiar, curiosa, como si de un tío raro se tratase. Yo cursaba 1º de BUP (el actual 3º ESO) en 1997 cuando en la parroquia organizaron una oración vocacional.

Entonces formábamos parte del grupo de Confirmación y como tal, fuimos a participar en esa oración. En aquella celebración pudimos escuchar varios testimonios de personas consagradas: un sacerdote, un seminarista, una consagrada. De todos ellos me llamó la atención la felicidad que irradiaban en sus vidas. Aquello me impactó, pero yo seguí pensando en mis proyectos a corto y largo plazo: la novia que nunca había tenido, la moto que esperaba que me compraran mis padres, etc. No obstante, los testimonios de aquellas personas eran como una melodía que de vez en cuando sonaba en mi cabeza. Aquello no pude olvidarlo nunca. Para mí fue como el primer indicio de que el Señor quería algo de mí. La cosa se puso sería cuando se nos propuso a los jóvenes de la parroquia ir a París a la Jornada Mundial de la Juventud. Yo nunca había acudido a una JMJ, y el tema parecía interesante. Nunca pensé que pasaría lo que allí pasó: recuerdo lo impactante que fue ver a Juan Pablo II en vivo, y escucharle decir una y otra vez: “no tengáis miedo a entregar vuestra vida por Jesús”. Aquello fue como la confirmación de la llamada del Señor. En aquel momento ya empezaba a tener claro que Dios me quería sacerdote. Yo pensaba: ¿y por qué no?

Después del verano del ’97, todo transcurrió con bastante normalidad. Yo intentaba disimular lo que llevaba dentro saliendo con los amigos y maquillando la situación todo lo que podía. Así fuimos avanzando hasta que llegó 1999. Mi parroquia me propuso ingresar en el Seminario Menor de Xàtiva. Yo veía con buenos ojos la idea. Era como empezar a decirle a Dios que sí, pero eso significaba coger el toro por los cuernos y reconocerlo públicamente que un servidor “iba para cura”. Yo no podía dejar de pensar en mis amigos. ¿Cómo les iba a decir que había tomado esa decisión? ¿Cómo lo encajarían? ¿Entenderían esta llamada? ¿Dejarían de hablarme? Me expulsarían de la pandilla?

En el verano del ’99 tuvo lugar el encuentro europeo de jóvenes de Santiago de Compostela. Decidí participar como una manera de huir de todas las bombas que sabía que podrían explotar a mi alrededor en cualquier momento: mis amigos, la gente del pueblo, etc. Cuando regresé de Santiago, mi párroco ya había hecho pública la noticia de que me iba al seminario. Muchos se quedaron alucinados, entre ellos mis amigos.

Después de varios días de encuentros con todos en los que pude intercambiar opiniones y me sometieron a millones de preguntas, ya volvió la normalidad. Pero ahora era distinto, porque a un servidor se le consideraba ya como candidato al sacerdocio. El Señor me llamaba por este camino y me daba fuerzas para asumir la llamada y responder que sí. Comencé en Xàtiva el curso de COU (2º Bachillerato) en septiembre del ’99 y un año después vino para mi el gran acontecimiento de entrar en el Seminario Mayor de Moncada. Puedo decir que los seis años de Moncada han sido los más felices de mi vida, por los que doy gracias a Dios. El 24 de junio de 2006 se me concedió el gran regalo del sacerdocio de manos de D. Agustín García-Gasco.

Una de las cosas que más me apasiona del sacerdocio es la posibilidad de hacer de puente de Dios y os hombres. Esto conlleva a cuidar la relación con el Señor a través de la oración y la práctica de los sacramentos y a dar un buen testimonio cristiano delante de las personas que el Señor va poniendo en tu vida. A mi me encanta vivir la vida de las personas. Esto significa estar cerca de aquellos que sufren o lo pasan mal por cualquier razón y al mismo tiempo participar de las alegrías de aquellos que tienen motivos para sonreír.

Esta es la historia de mi vocación, de la que doy gracias a Dios y de la que no me arrepiento en absoluto.