Soy muy feliz haciendo lo que Dios me pide 

Hola, mi nombre es Isabel, tengo 30 años y lo único que pretendo es compartir con vosotros lo que Dios ha hecho en mi vida.

Yo nací en un pueblo de Jaén, Torredonjimento, soy la pequeña de 5 hermanos y mi familia es una familia “normal”, trabajadora, mi padre tiene una empresa de transportes y mi madre nos sacó adelante prácticamente sola, porque mi padre estaba siempre de viaje, pero hemos vivido muy bien gracias a Dios.

Yo fui al colegio de las madres que hay en mi pueblo desde que tenía 3 años y era una más, no sobresalía mucho que digamos. Mi experiencia en el colegio con las madres fue normal, las veía, me daban clase, grupos, pero nada más.

Hasta que un día fuimos a un concierto-testimonio al Valle de Abdalajís, pueblo natal de M. Petra, era el primero que se hacía y yo entonces tenía trece años. Mis compañeras y yo preparamos una canción con mucha ilusión, pero lo que para mí era sólo una excursión se convirtió en una pregunta: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. El ver el testimonio de aquellas novicias y religiosas que sintiendo la llamada de Dios en su corazón lo dejaron todo para seguirle, sin saber a qué, ni dónde, ni cómo, hizo que yo me cuestionara qué era lo que quería hacer con mi vida.

De vuelta a casa no me podía creer lo que se me estaba planteando, el Señor me quería para Él, y pensaba que eso no podía ser posible, si yo precisamente de entre todas mis amigas no era la más buena, ni la que tenía mejores cualidades. Tengo que decir que mi grupo de amigas me ayudó mucho, pertenecíamos a un coro, íbamos a ayudar a dar la cena a los ancianos de la residencia que también atienden las madres, formábamos un grupo cristiano,…

A partir de este momento yo ya lo veía todo con otros ojos, todo lo que hacía ya tenía otro sentido, y empecé a ir a convivencias vocacionales en las que me encontraba con personas que tenían mis mismas inquietudes y en las que me sentía muy a gusto, y me iba demostrando a mí misma que esto era lo mío. Esto supuso una sospecha para todos los de mi alrededor, pues ya no iba con mis amigas, sino yo sola, me pasaba mucho tiempo en el colegio, y no en horas de clase, sino en la capilla, o en los ancianos, o, simplemente, hablando con las madres que me transmitían una vida sencilla pero muy alegre y que me hacía sentir bien sin saber muy bien por qué.

Así fui pasando mis años de juventud, puede parecer que estaba perdiendo los años más bonitos pero yo no lo creo así, yo seguía saliendo con mis amigas, me encantaba arreglarme, comprarme ropa y pasearme por el pueblo con mi moto, pero todo esto nunca me acababa de llenar.

Así que al acabar bachillerato, con 18 años, y ver cada vez más claro que el Señor me quería para Él, en el verano de 2001, en un campo de trabajo en Andújar, en el que nos juntamos jóvenes con las mismas inquietudes, decidí lanzarme, aunque con mucho miedo. A la vuelta de este campo de trabajo la cosa se me puso un poco más difícil, el tener que decirlo en casa suponía para mí mucho, me sentía incapaz, pero no lo podía disimular más, todos notaban que yo no estaba tranquila. Yo fui arreglando todo lo que necesitaba para entrar en el postulantado que es la etapa inicial de nuestra formación, y cuando ya no me quedaba más opción porque se iba acercando el momento se lo dije a mi madre. Ella se quedó muy sorprendida, se lo esperaba, pero no tan pronto. Después ella misma se lo dijo a mis hermanos y luego yo se lo tuve que decir a mi padre. Recuerdo que fue muy duro para mí y que al principio se respiraba mucha tensión, pero yo ya me quedé tranquila y recuerdo perfectamente las palabras de mi padre: “si quieres ser monja, adelante, pero te quiero de primera división”. Esto me llegó a lo más profundo y lo entendí como que mi entrega tenía que ser total.

Pasó el verano y el día 6 de octubre de 2001 salí de mi casa con pena, la verdad, me costó mucho dejar todo: mi familia, mis amigos, mis sueños, mis proyectos, mis primos pequeños a los que prácticamente había criado y a los que quería muchísimo, pero sabía que Jesús iba a recompensar todo y así fue. Al día siguiente tomé la medalla de postulante, y ese día pude experimentar que hay más alegría en dar que en recibir, desde aquel momento supe que sería siempre de Jesús y que Él nunca me dejaría.

Estuve un año en Madrid haciendo el postulantado, fue un tiempo de prueba, seguí estudiando y se pasó volando. Después fui a Valencia al Noviciado, recuerdo perfectamente el día de mi toma de hábito junto con cuatro hermanas más, fue muy emocionante y un signo más de mi vida como religiosa. Esta etapa es muy bonita, es un tiempo de oración más intensa y de preparación para la misión.

Pero os quiero compartir una experiencia que viví al final de mi noviciado. Ya nos estábamos preparando para la profesión, para hacer los votos de castidad, pobreza y obediencia, que era el 17 de agosto, cuando la enfermedad llamó a mi puerta: tenía leucemia. De pronto todo se me vino el mundo a los pies. Fue un tiempo duro pero muy bonito a la vez, mi vida estaba en las manos de Dios, y también en este momento recuerdo las palabras de una madre entonces encargada del noviciado: “pase lo que pase, tú siempre de Él”. Estuve muchos días en el hospital donde pude experimentar el cariño y cuidados de mis hermanas de comunidad y también de mi madre que dejó a sus otros hijos, a sus nietos y a mi padre y se vino para estar conmigo. No sabía si iba a hacer la profesión o no, todo dependía de cómo estuviera y justo el día de antes salí del hospital, pude consagrarme con mis compañeras del noviciado y a los pocos días volví para continuar con el tratamiento. Todo esto ya pasó gracias a Dios, ahora estoy bien, pero sé que si Dios me curó fue porque quiere algo de mí y me siento muy responsable de mi consagración, siento que no le puedo defraudar.

Después empieza la etapa de juniorado. Mi misión consistió en seguir estudiando y acompañar a las jóvenes que viven en una residencia universitaria que las madres tenemos en Valencia: fue un tiempo muy bonito, ellas me enseñaron lo que necesita la juventud de hoy y es que se le escuche y se le muestre un testimonio de amor en cada pequeño detalle.

Ahora estoy en el hogar de Sevilla, intentando ser la madre de la que muchos niños carecen. Y para terminar sólo deciros que soy muy feliz haciendo lo que Dios me pide, y os animo a que le preguntéis a Dios lo que Él quiere de vosotros y que sea lo que sea, le respondáis con generosidad y valentía, NO TENGÁIS MIEDO.