“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos”. Estas palabras de Jesús recogidas en el Evangelio han sido fuego encendido en mi corazón en los últimos años.
Hace dos años y medio vi muy claro que me quería dedicar a la Evangelización. Pero no como algo añadido o complementario, sino como algo que llenase toda mi vida. Sentía la llamada a dedicarme totalmente a la Iglesia, a las almas, a la evangelización…
Y le dije a Jesús: “Señor, si me quieres para Ti, estoy totalmente dispuesta a seguirte allí donde quieras”. No me planteaba otra cosa que encontrar novio y formar algún día una familia, porque en principio esto podía ser compatible con el deseo de dedicarme plenamente a la evangelización.
Pero hace un año, en el mes de septiembre, vi de una manera muy intensa que Jesús me pedía ser toda para Él. Vida de oración y de evangelización, de una manera constante, cada día de mi vida. Era lo que deseaba mi corazón y en seguida me puse a buscar un lugar en el que poder responder con fidelidad a esta llamada.
Conocía desde hacía un tiempo a una virgen consagrada del obispado de Solsona, y su testimonio me había interpelado. Era una mujer de Dios vinculada directamente al obispo, sin la intermediación de la comunidad. Aunque hay muchos elementos de la vida religiosa que me parecían muy atractivos, para mí el compromiso comunitario, en aquel momento, representaba una limitación. Y al mismo tiempo sentía que era muy importante el vínculo con mi diócesis…
Pero de nuevo Jesús hizo escuchar su voz. Y aprovechó para ello un momento muy especial: la canonización en Roma de Juan Pablo II. Estaba, entonces, hecha un lío. En el fondo, yo sabía que quizás Dios me quería como religiosa, pero me resistí a reconocerlo.
En una Roma invadida de peregrinos, la imagen inesperada de una avalancha de monjitas vestidas de azul y gris fue clarividente. Eran las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, del Instituto del Verbo Encarnado, a las que ya conocía. Estuve con ellas en aquellos días y al regresar de España acepté hacer ejercicios espirituales para verificar una intuición que tomaba cada vez más fuerza.
Durante los ejercicios lo vi muy claro. No podía decir que no… y empecé a atar cabos. Todo lo que me estaba pidiendo el Señor lo podía vivir con las hermanas: vida consagrada, pobreza, vida en comunidad, evangelización… Viven el Evangelio en estado puro, van a las raíces, y el resto es secundario. Se saben adaptar a cualquier circunstancia, no tienen manías, con un gran amor a la Iglesia, aunque al mismo tiempo con mucha flexibilidad y apertura de miras.
Yo también quería ser presencia de Dios, encarnada, en medio de la gente, de los más vulnerables, comiendo con pecadores y hablando con prostitutas, como Jesús.
La falta de autonomía, la obediencia, el hecho de dejar mi diócesis… son cosas que me cuestan, pero lo vivo con mucha paz. Estoy en manos de Dios.
En casa se lo han tomado bastante bien. La abuela ha llorado muchísimo, pero no se ha opuesto. Mis padres ya se lo olían. El hecho de ir tanto a rezar con las monjas generó sospechas…
Me ilusiona muchísimo vivir en un lugar en el que haya sagrario, y también poder escuchar, trabajar y llevar siempre conmigo en el corazón la Palabra de Dios!
Lo que más me atrae de la vida consagrada es ser esposa de Cristo. ¡Es esta intimidad total con Jesús!
Mi vida es para Dios y para los hombres. ¡Ojalá, con mi testimonio, pueda ofrecer el rostro de una Iglesia acogedora y compasiva!