Estudié desde pequeña en el Colegio Pureza de María de Barcelona, y en mi familia siempre se ha respirado un profundo ambiente cristiano. Recuerdo que cuando era niña mi padre nos decía a mis cinco hermanos y a mí que sólo el encuentro con Jesús llena de sentido la vida, y durante mucho tiempo no entendí lo que aquello significaba. Al salir del colegio decidí hacer mi vida; me parecía que mis compañeras del colegio y mis amigos de la facultad de Derecho, que vivían ajenos a la fe, se lo pasaban mejor que yo, y por eso quise vivir sin preguntarme qué es lo que Dios quería de mí. Hacía todo lo posible para que no hubiera ni una tarde ni nuna noche de mi fin de semana sin un buen plan.
Pero poco a poco, descubrí que estaba haciendo o que quería y, sin embargo, me faltaba algo… no tenía paz ¿Qué era lo que me pasaba? Me faltaba alegría, ilusión por vivir, el sentidoprofundo de mi vida… Había acabado la carrera, y no estaba feliz: sentía que algo me estaba perdiendo.
Los recuerdos de las experiencias vividas en el colegio, en las convivencias y los retiros comenzaron a abrirse paso en mi mente. Había pasado el tiempo, y me había alejado de Jesús. Quise recuperar esa amistad que había perdido, confiando que saldría de nuevo a mi encuentro y empecé a leer la Palabra de Dios con el deseo de descubrir qué es lo que Él quería de mí.
Un momento de mi historia personal que me marcó profundamente fue la JMJ en Roma, en el año 2000. En la Vigilia de la noche del sábado en Tor Vergata, cuando Juan Pablo II habló a los jóvenes, sentí que era a mí a quien se dirigía. Y sus palabras no dejaron de repetirse en mi cabeza: “Es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae… Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande… es Él… es Él”.
Tras esta experiencia mi vida empezó a cambiar de rumbo. Ahora ya sabía qué era lo que quería: había encontrado la felicidad que buscaba y comencé a darme cuenta que lo que más me llenaba era transmitirlo a los demás.
La llamada en Pureza de María empezó a ser clara: un carisma que había entrado en mí sin darme cuenta, desde niña, y aunque hacía cinco años que había salido del colegio, éste seguía muy vivo. Desde siempre me había atraído la cercanía, alegría y el ambiente de familia que en Pureza de María se respiraba, y cómo las hermanas desde pequeñas nos habían acercado a Jesús y María. El Señor preparó el terreno para que en un año me fuera “despegando” de todo lo que me ataba y me impedía seguirle. La mirada de amor de Jesús al joven rico se dirigía ahora hacia mí en una oración ante el Santísimo, y me decía “si quieres ser feliz, ven y sígueme”. Su voz se hacía más fuerte: “yo te amo más” que tus proyectos, tus movidas, tus sueños… “Yo te amo más”…
En mi vocación hay una palabra que arde siempre en mí, el texto de la Anunciación de María, es esa Palabra siempre viva que renueva mi llamada. “Alégrate… el Señor está contigo… No temas… El Espíritu de Dios vendrá obre ti… darás a luz a Jesús… el Altísimo te cubrirá con su sombra”… Consciente de que todo es obra de Dios vivo mi consagración, con “temor y temblor” ante el Misterio que me sobrepasa, y con una profunda alegría.
Ahora, pasados los años y después de 7 años como hermana de la Pureza, me siento más llamada a evangelizar educando, con el “nuevo ardor” al que nos invita la Iglesia en este momento de Nueva Evangelización. Deseo de todo corazón ser fiel al carisma recibido de Madre Abierta, a “hablarles de Jesús” a los niños y jóvenes, “y ver cómo esa semilla se graba en sus corazones”, consciente de que “quien educa continúa la obra de Dios”. Ser instrumento para que otros se encuentren con Cristo, y siguiéndole, sean felices.
Por eso me levanto cada mañana con el deseo de encontrarme con Él, y ser instrumento para que otros se encuentren con Él.
Sé que la felicidad que buscas tiene un nombre, un rostro: Jesús de Nazaret.