Creo que desde siempre mi corazón ha estado sediento de radicalidad, de plenitud, del deseo de una vida “grande”, con un horizonte abierto y amplio. Pero lo que yo no sospechaba entonces es que todo eso lo había puesto Dios en mí, y El mismo quería saciarlo, y desde luego no podía imaginarme que lo iba a cumplir El, llamándome a una vida consagrada y ¡de CLAUSURA!
Gracias a Dios, nací en una familia cristiana y aunque con la adolescencia y juventud tuve el “despiste” consiguiente y buscaba donde saciar esa sed en fuentes equivocadas (en cisternas agrietadas) El no permitió que me soltase del todo de su mano, aunque yo si hacía un poco el doble juego de poner una vela a Dios y otra al diablo y de intentar “pactar” con el mundo por miedo a quedarme sin amigos, a sentirme “rara” etc.
Cuando por fin pude vincularme a una parroquia, divertirme en “cristiano” con los mismos jóvenes que compartía la fe, participar con frecuencia de la Eucaristía, la confesión, hacer oración y poder hablar periódicamente con un sacerdote al que abría mi corazón… experimenté una felicidad y una consistencia en mi vida hasta entonces desconocida y empecé a crecer en amor a Cristo y a la Iglesia, y deseaba “contagiar” aquella alegría y plenitud que invadía mi ser a tantas personas, que arrastraban sus vidas sin sentido. Pero ¿Cómo?
Junto a esto, algo por dentro me pedía MAS, o quizá ¿otra cosa? Lo tenía todo: una familia que me quería, unos amigos estupendos, la carrera me gustaba y la sacaba brillantemente, pero ¿Qué ansiaba mi corazón, feliz pero insatisfecho a la vez? No me atrevía ni a pensar que pudiera tener vocación religiosa, me parecía que eso era para otro tipo de personas; yo era muy normal, extrovertida, me gustaba salir, viajar, pasármelo bien,… Cuando por fin me atreví a plantear la posibilidad al sacerdote con el que hablaba y que me dijo que ¡SI!, que a él también le parcía que el Señor me llamaba. ¡No me lo podía creer! ¡El Señor se había fijado en mí! Y me invadió una gran alegría.
Pero pronto surgió otro problema. El Señor me llamaba, pero ¿Dónde? ¿Para que? Era tal el abanico de posibilidades que me parecía imposible llegar a ver claro, como si fera un rompecabezas… Alguien me habló de la “misteriosa fecundidad” de la vida contemplativa. Alguien me habló, pero fue el Señor quien –sin saber cómo- me hizo “entender”; porque yo hasta entonces valoraba la oración si, pero: “A Dios rezando y con el mazo dando” y como además estudiaba medicina, pues lo primero que pensé fue en hacerme misionera, eso era lo “lógico”. Pero El me hizo entrar en la dinámica de la Cruz que es la ciencia del amor, de la que brota una inmensa fecundidad pero distinta de la eficacia humana y me mostró que mis deseos de transmitir a todos la dicha que llenaba ya mi vida podían verse colmados, predicando desde el silencio, llegando hasta los confines de la tierra desde el Corazón y siendo ese grano de trigo que se entierra para dar mucho fruto. ¡Como El!
Junto a esto yo había sentido –desde la primera vez que la escuché a mis 16 años- un profundo atractivo por el capítulo 17 del evangelio de S. Juan, la “oración sacerdotal”: Yo te ruego por ellos porque son tuyos, guárdalos en tu Nombre… y por ellos yo me ofrezco en oblación para que sean santificados en la Verdad… No te ruego solo por ellos sino por los que han de creer por su palabra… Hasta entonces no relacioné eso para nada con una posible vocación, pero AHORA SI; comprendí que el Señor me llamaba a vivir ESO que decía aquella oración. ¡El rompecabezas encajó por fin!
¡Ya estaba claro, y yo dije que SI! ¿Cómo podía decir que no al Señor, aunque supiera tan pocas cosas del “lío” en que me iba a meter? Y además había que decirlo en casa, a los amigos… ¡Fue la bomba! Porque casi nadie se esperaba una cosa así de mí. Y me decían ¿Con tu 4º de medicina, por que no acabar la carrera? ¿Y si te equivocas? Si, podía haberme equivocado, pero desde luego yo no pensaba quedarme con la duda, porque intuía que me jugaba mucho, y un curso se puede perder, pero la vida no. Creo que todos los que hemos pasado por estos “trances” podemos constatar que es un tiempo de tentación y lucha, y el “arrancón” es fuerte, pero también es cierto que se experimenta una gracia y un empuje extraordinarios para dar el paso a pesar de las tormentas de fuera y de dentro (porque es como dar un salto en el vacío que da vértigo)
Después de todos estos años, no exentos de dificultades (porque nuestra via es un camino de fe como la de cualquier cristiano, con sus días claros y luminosos y sus noches, y desiertos) solo puedo decir que NUNCA SOÑÉ QUE MI VIDA PUDIERA CUMPLIRSE TAN PLENAMENTE. ¿Qué mayor realización puede desear una mujer que ser madre en plenitud, a imagen de la Virgen María, Nuestra MADRE, transmitiendo Vida, bombeándola desde el Corazón mismo de la Iglesia, y siendo desde AHÍ mediación de la gracia y cauce de salvación para muchos? ¿Qué mayor fecundidad para mi vida que verme envuelta en la misma mirada de Cristo a su Madre que le dice al pie de la Cruz: He ahí a tu Hijo, y me confía a cada sacerdote para cuidarlo y sostenerlo desde la oración y la inmolación?
Me gustaría poder decir a todos los jóvenes que no tengan miedo a Cristo, que como muy bien dice Benedicto XVI, no quita nada sino que lo da todo, y que se dejen “arrastrar” a donde la gracia de Cristo quisiera conducirles porque solo así su vida será feliz y plena.