A menudo te preguntan: y tú, ¿sacerdote? Pues sí: sacerdote, sacerdote de Jesús. Y, es verdad, yo también me lo pregunto tanto; pero mi respuesta siempre viene dada por la misma reflexión que una y otra vez me he hecho. No cabe la más mínima duda de que esto de ser “cura” es por puro amor. Sí, AMOR, el de Dios, el amor que ÉL desde siempre siente por uno. Es de este modo como Dios ha querido hacer historia conmigo, y yo con Él, es mi propia Historia de Salvación, esto es: Historia de Amor.
Podría contar muchísimas cosas que me han ido sucediendo en el transcurso de esta, mi historia pero, metido en este “fregao”, donde el que está a tu lado, o por detrás, o por delante, o qué sé yo, siendo Dios el que te ha ido metiendo progresivamente en esta historia, me resulta casi imposible narrar cada uno de los acontecimientos que se han ido dando cita a lo largo de mis treinta y tres años de vida, aquellos por los que mi vocación al sacerdocio ha ido afianzándose.
Solamente quisiera compartir con vosotros, desde estas líneas que se me brindan, cómo ha sido el paso de Jesús de Nazaret por mi vida, por mi historia. Puedo asegurar que en cada momento, persona, situación, estaba Él presente. Tal vez uno no era muy consciente de ello, pero hoy puedo contemplar que estaba ahí, a cada paso que daba en busca de mi identidad como persona, como cristiano y como sacerdote. Mi familia, mis amigos, mi parroquia, mi infancia y juventud, todo estaba perfectamente preparado para recibir aquella dicha: ser sacerdote.
A medida que maduraba en cada una de las etapas propias del crecimiento humano, Dios pasaba por mi vida con su talante seductor. Aquella sensibilidad por todo lo que hablaba de Él: la iglesia, los sacerdotes, la oración, el silencio, los tragos más duros por los que debes pasar, los momentos de mucho gozo y alegría compartida, todo hablaba de lo que en mi interior se estaba gestando.
Esa sensibilidad por el mundo de la pobreza, de los enfermos, de aquellos que sufren y se sienten solos, todo hacía que mi corazón estuviese siempre palpitando de un modo distinto al habitual. Por ello que, sin saber cómo y cuándo responder, iniciase mis estudios de enfermería pensando era la respuesta al dónde de mi lugar en este mundo. Mi paso por los franciscanos, embelesado por ese estilo de vida tan único y maravilloso de Francisco de Asís, hizo que mi vocación al sacerdocio fuese madurando y asentándose en una sólida y discernida decisión. El ejemplo de tantas personas y sacerdotes entregados a la misión de acompañar al prójimo contribuyó a ratificar la llamada que Dios, desde “el seno materno” me hacía: ser sacerdote suyo.
Ésta es mi historia. Ésta es, para mí, la Historia de Amor más grande que jamás hubiese imaginado cualquiera. Dejar que una persona como Jesús te seduzca es lo mejor que le puede suceder a alguien. Llamados a encarnar en nuestra vida y persona su Evangelio, según el estilo y estado de vida que nazca en ti, es enormemente enriquecedor y te lleva a descubrir la inmensidad del amor que él te tiene.
No dudes. No desesperes. No temas. Si notas algo de esto que te he contado, es que Dios también sueña en hacer contigo Historia de Amor.