No me parece fácil explicar mi vocación. Es como preguntarle a tu padre por qué se casó con tu madre: «Pues… porque me enamoré y decidí quererla para siempre».
Voy a intentar explicarlo con un ejemplo. Imaginad un joven que juega en el equipo juvenil de un gran club de fútbol. Después de jugar muchos años, un día le llama el entrenador del primer equipo. Simplemente le mira, le sonríe con un gesto como preguntando: «¿Sí? ¿Te vienes conmigo? ¿Juegas conmigo?». El joven emocionado, llorando de alegría, le sonríe: «Sí, me voy contigo».
Así es como me parece que ha sido mi vocación. Nací en una familia cristiana. Igualmente fui a un colegio cristiano. Desde muy pequeño rezaba mucho. La verdad es que no lo considero un mérito mío. Me salía así. Sencillamente estaba a gusto con Dios. También sentía una preocupación por los compañeros de clase que más sufrían, por las personas sin familia, por los pobres. Así que tenía claro que quería dedicar mi vida a servir a Dios y a servir a los demás. Conocía a muy buenos sacerdotes, y ya desde pequeño quería ser como ellos. Durante los dos años de Bachiller también quise estudiar una carrera y comenzar a construir mi propia vida. Pero cuando llegó el momento de decidir qué hacer, qué quería estudiar, volvió a surgir la idea de ser sacerdote.
Y hubo un momento, después de haberlo estado pensando mucho tiempo, que, durante la celebración de una Misa, tuve la misma experiencia que el joven del equipo de fútbol: «¿Te vienes?», «Sí, me voy contigo».
Un profesor del colegio, hoy en día un gran amigo, me ayudó y me recomendó que rezara mucho. También que fuese muy libre, porque Dios no me iba a querer menos si decidía no ser sacerdote. Cuando acabé 2º de Bachiller fui a hablar con el rector del Seminario y me dijo que podía empezar ese año. Y así fue.
Siempre había tenido más o menos claro que quería ser sacerdote. Pero nunca bajó un ángel a decírmelo, ni escuché la voz de Dios como escuchamos la voz humana. Dios se sirve de muchos medios para hablarnos. A veces un sacerdote, otras un amigo, una conversación inesperada, un acontecimiento. Nos habla a través de la conciencia, que es el sagrario del hombre; nos habla a través de su Palabra y de los sacramentos. En mi caso fue algo así como una intuición, que cada vez fue haciéndose más fuerte. Era el paso siguiente, el que me sentía llamado a dar. Aunque no lo tenía todo completamente claro. Luego dejé en manos del Seminario, de mi director espiritual, que me ayudaran a ver si era o no lo que Dios podía pedirme.
Y al igual que un jugador (siguiendo con el ejemplo del fútbol) no tiene la titularidad asegurada, sino que tiene que trabajar partido a partido, entrenamiento tras entrenamiento; del mismo modo pasa en la vocación. Uno no responde que sí al Señor, y ya tiene todo arreglado. Ha de responder cada día, ha de entrenarse para poder seguir a Jesús todos los días de su vida (como también ha de hacerlo cada cristiano).Y ahí estoy yo ahora, ¡entrenándome!